En la vida siempre hay situaciones que ponen al límite nuestras vidas, el ser humano siempre anhela la felicidad eterna. Esta felicidad no es nada fácil porque siempre hay que dejar a un lado el mayor enemigo que tenemos; uno mismo.
Es muy fácil cegarnos y no ver mas allá de lo que la razón piensa y dice. Sin embargo debemos estar conscientes que el peor enemigo es uno mismo, el egoísmo puede presentarnos miles de caminos que no conducen a una feliz eterna.
Recuerdo el cuento tan famoso de la fuente de la felicidad, un grupo de muchachos querían conquistarla, para ello tenían que subir a la montaña y llegar a la cima. Se armaron de valor y fueron escalando, unos se cansaron y entraron a una cueva donde era confortable y decidieron quedarse allí, la pereza. Otros siguieron pero encontraron la cueva del placer, la lujuria y allí decidieron quedarse. Así hasta el final solamente los verdaderos valientes son capases de llegar a esa fuente de la felicidad.
Hoy que platicaba con un gran hombre, sencillo en su semblante, pero su sonrisa y alegría reflejan su condición interior, la conclusión fue sencilla, el ser humano vale por lo que va formando en su interior.
Dios al final de este año no dudará de pedirnos cuentas de nuestros talentos, de la capacidad que tuvimos de aprovecharlos. ¿Qué haz hecho con los talentos que te he dado?
Cada talento debe estar antecedido por el signo del amor, que no significa hacer corazones, el amor debe de trascender, debe ser capaz de dar la vida por los demás a imagen de ese niño pequeño que ha nacido en un humilde portal. Allí es donde se refleja la paz y humildad que debemos de tener para que cuando se nos llame a dar cuantas podamos dar respuesta de nuestra propia vida.